PRÓLOGO
Muchos amigos me han ayudado a escribir este libro. Algunos han muerto
y son tan ilustres que apenas me atrevo a nombrarlos, aunque nadie puede leer
o escribir sin estar en perpetua deuda con Defoe, Sir Thomas Browne, Sterne,
Sir Walter Scott, Lord Macaulay, Emily Brontë, De Quincey y Walter Pater
para no mencionar sino a los primeros que se me ocurren. Otros, quizás
igualmente ilustres, viven aún y el hecho mismo los hace menos formidables.
Estoy agradecida especialmente a Mr. C. P. Sanger, cuya versación en la
ley de inmuebles me ha permitido realizar este libro. La vasta y peculiar
erudición de Mr. Sydney Turner me ha evitado, lo espero, algunos lamentables
errores. He tenido la ventaja -sólo yo puedo apreciar su valor- del
conocimiento del chino de Mr. Waley. Madame Lopokova (Mrs. J. M. Keynes)
ha estado siempre lista a corregir mi ruso. A la imaginación e incomparable
simpatía de Mr. Roger Dry debo cuanto sé del arte pictórico. Espero haber
aprovechado en otro terreno la crítica singularmente penetrante, aunque
severa, de mi sobrino Mr. Julian Bell. Las investigaciones infatigables de Miss
M. K. Snowdon en los archivos de Harrogatey de Cheltenham no fueron
menos arduas por haber resultado del todo inútiles. Otros amigos me
auxiliaron en modos demasiado diversos para ser especificados aquí. Básteme
nombrar a Mr. Angus Davidson; a Mrs. Cartwright; a Miss Janet Case, a Lord
Berners (cuyo conocimiento de la música isabelina me ha resultado
inapreciable); a Mr. Francis Birrell; a mi hermano, el Dr. Adrian Stephen; a
Mr. F. L. Lucas; a Mr. y Mrs. Desmond Maccarthy; al más alentador de los
críticos, mi cuñado, Mr. Clive Bell; a Mr. H. G. Rylands; a Lady Colefax; a
Miss Nellie Boxall; a Mr. J. M. Keynes; a Mr. Hugh Walpole; a Miss Violet
Dickinson; al Honorable Edward Sackville-West; a Mr. y Mrs. St. John
Hutchinson; a Mr. Duncan Grant; a Mr. y Mrs. Stephen Tomlin; a Mr. y Lady
Ottoline Morrell; a mi madre política Mrs. Sidney Woolf; a Mr. Osbert
Sitwell; a Madame Jacques Raverat; al Coronel Cory Bell; a Miss Valerie
Taylor; a Mr. J. T. Sheppard; a Mr. y Mrs. T. S. Eliot; a Miss Sands; a Miss
Nan Hudson; a mi sobrino Mr. Quentin Bell (apreciado y antiguo colaborador
en materia novelística); a Mr. Raymond Mortimer; a Lady Gerald Wellesley; a
Mr. Lytton Strachey; a la Vizcondesa Cecil; a Miss Hope Mirrlees; a Mr. E. M.
Forster; al Honorable Harold Nicolson; y a mi hermana, Vanessa Bell -pero la
lista se alarga demasiado y ya es demasiado ilustre. Me trae recuerdos de lo
más agradables, pero despertará en el lector una expectativa que el libro sólo
puede frustar. Concluiré, pues, agradeciendo a los empleados del Museo
Británico y del Archivo su habitual cortesía: a mi sobrina Miss Angelica Bell
un favor que sólo ella pudo prestarme; y a mi marido, la invariable paciencia